Juan Lafarga
“No hay caminos para la paz, la paz es el camino” Mahatma Gandhi
Entre
los grupos pacifistas contemporáneos con frecuencia es satanizado el poder como
sinónimo de autoritarismo, imposición, predominio económico o fuerza militar.
Ciertamente es difícil el ejercicio del poder, porque el que lo tiene con
facilidad lo usa para beneficio propio bajo capa de servicio o ayuda a los
demás. El poder ciega al que lo tiene, observamos y experimentamos con
frecuencia. El poder no ejercido con amor es fuente de injusticia y de
arrogancia, llámese éste poder político, económico o eclesiástico.
El
poder, sin embargo, probablemente no es otra cosa que la influencia que
ejercemos sobre los demás por lo que somos y por lo que hacemos y tenemos.
Poder es la influencia que tienen los demás sobre mí mismo, así como la
influencia que yo puedo tener sobre los demás.
Por
poder voy a entender la capacidad de influenciar. Si la influencia que yo tengo
sobre los demás está orientada a promover la vida, la salud y la convivencia
armónica, estoy propiamente hablando del poder personal que construye y que
promueve el crecimiento y el desarrollo. En cambio, si uso mi inteligencia para
agredir, empobrecer o destruir estoy hablando del poder del narcisismo o
egoísmo, que no busca la armonía, sino la prevalencia.
El
uso del poder es lo que cuenta, no el poder mismo. Así se puede hablar sobre el
poder de la inteligencia, del poder de la bondad y del poder de la sabiduría,
como también se puede hablar del poder de la injusticia, de la corrupción y de
la guerra. El poder de la paz es la influencia que tienen sobre los demás los
promotores del equilibrio, de la armonía, del diálogo, de la negociación y del
crecimiento armónico de todos.
Lo que hace diferente el poder de la paz de todas las
demás formas de influencia es que la paz sólo puede ser conseguida por la paz
misma, es al mismo tiempo término y camino.
Es
imposible llegar a la paz por la violencia, por la imposición o por la fuerza.
La paz conquistada por la guerra es efímera y temporal, no es paz, sino
sometimiento, no es armonía, sino polarización, no es diálogo sino monólogo sin
escucha, no es negociación sino arrebato e imposición. La paz no es solamente
ausencia de conflicto, es la vivencia dinámica de la armonía producto del amor que vincula a los que son y
se aceptan diferentes. Es el respeto que mi razón tiene por mis sentimientos y
el que éstos tienen por mi razón. Es la armonía de la familia cuando las
necesidades de todos están suficientemente atendidas. Es la armonía de las
instituciones cuando las necesidades de quienes detectan la autoridad como las
de quienes tienen responsabilidad por la operación están suficientemente
satisfechas. La paz es el producto dinámico del diálogo que facilita la
negociación equitativa, que clarifica las necesidades, flexibiliza los
planteamientos y acerca las voluntades por la comprensión y por el amor.
La
paz es un proceso dinámico en la búsqueda de la armonía. Es aceptar que el
mundo es de todos los que existimos en él y que todos merecemos un mínimo
necesario de salud, de bienestar y de
felicidad. La paz es el producto directo de la sabiduría que está hecha de
inteligencia, bondad y amor por uno mismo y por los demás.
La violencia contra el terrorismo únicamente generará
venganza y más guerra. No hay caminos para la
paz, la paz es el camino. La sinergia de todos los
que buscan la armonía consigo mismos, la armonía con los demás y el bienestar
de todos es, muy probablemente, el único camino hacia la paz.
La paz podría ser descrita, en términos generales,
como el proceso dinámico de armonización entre los diferentes. O también como
un estado de equilibrio móvil entre los elementos diversos de un organismo vivo
a nivel individual o social. La paz social no es sólo el resultado de
saludables relaciones entre los grupos
diferentes de un país o de una sociedad, sino de la integración armónica de las diferencias en la búsqueda
del crecimiento para todos.
Es también una meta del proceso evolutivo a la que se dirigen las
acciones humanas en proceso de crecimiento.
Es al mismo tiempo una meta inalcanzable y un anhelo permanente que sólo
termina con la muerte. Es un sentimiento
no aprendido e inextinguible en todos los seres humanos. Una opción racional de los humanos por la
integración y la armonía en lugar de la violencia.
La paz se construye por el establecimiento de metas
estimulantes, pero sobre todo alcanzables. Las metas inalcanzables generan
ansiedad. Mientras menos accesibles, la ansiedad se va convirtiendo en angustia
y ésta, a su vez, en pánico y el pánico es paralizante. El conflicto genera un
estado de ansiedad cuando sólo se ve la imposibilidad de integrar las
diferencias. No puede ser un mero deseo, implica la acción de quien la busca como
una opción de vida.
(1) Este
artículo, enriquecido ahora, fue publicado en el núm. 35 de Prometeo (verano
2003)